El mundo ha vivido equivocado, cosa loca, dijo el Negro. Guerras para hacer la paz, matar en nombre de la libertad desconociendo que en los cementerios la libertad no sirve; bombas atómicas en Japón, y los japoneses que idolatran a sus genocidas, bombas de fósforo y de hidrógeno con espíritu invasor, y excusas, de democracia. Romper, destruir, sembrar el terror; el resto del mundo, un silencio cómplice, o un asco mudo de impotencia, de no saber, de no poder.

Las Naciones Unidas apoyan el espanto, promoviendo una reunión plenaria después de la destrucción. La UNESCO, quizás, promueva una campaña de ayuda a los huérfanos, y los siempre solidarios médicos sin fronteras, pondrán el lomo para vendar las heridas superficiales, las averías del cuerpo. Nada podrá reconstituir las mentes, el dolor, la familia, el espanto, pero está prohibido robar una gallina o un celular, un objeto imprescindible.

Allá vamos, el televisor propone y el hombre acepta con sumisión, y respeto, a un aparato cuadrado que no piensa, que trasmite lo que el poder necesita que creamos. Pensar es un gesto de rebeldía, la dignidad, un gesto de rebeldía, y a pesar de la tragedia, seguimos soñando un mundo sin espacio para la indiferencia, puede que “un rayo misterioso” siembre un humanidad plena.